domingo, 8 de febrero de 2009

¿Divino maestro/a?


Hay que ver lo poco humildes que somos los docentes a veces.

Nos encumbramos en nuestra pseudodivina posición por encima del mundanal ruido y estamos convencidos (o eso queremos aparentar) de nuestra infalibilidad, omnisciencia y superioridad absoluta.

Si cometemos un error en la pizarra mientras resolvemos o corregimos una operación, estábamos comprobando la atención de los alumnos.

Si un alumno nos pregunta algo que ignoramos, le damos la vuelta al argumento, sugiriendo que quizás debería averiguarlo él por su cuenta y así aprender, y esquivamos la difícil cuestión. Si un colega se atreve a sugerir una alternativa a nuestra forma tradicional de trabajar, montamos en cólera divina, arremetiendo contra el hereje que osa poner en duda la perfección de nuestro método pedagógico. ¿Pero qué se habrá creído ese novato/anticuado/inculto (táchese lo que no proceda)?

Y no os digo nada si el que se atreve a siquiera preguntar alguno de los arcanos misterios de nuestra sacrosanta devoción es un padre. Por no hablar de si se le ocurre sugerir algo. El Fuego Celestial cae sobre el desdichado intruso bajo la forma de una gélida mirada y una seca frase de despedida.
Y digo yo... ¿No nos saldría a veces más a cuenta, sencillamente bajar la testa y reconocer que te has equivocado o que lo que haces puede mejorarse? ¿Por qué a veces tengo la impresión de que los docentes nos escuchamos mucho a nosotros mismos y muy poquito a los demás?

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