Recuerdo que en mis ya lejanos años de la niñez y mi época de estudiante mi padre y la mayoría de los demás padres, nos decían que si estudiábamos el día de mañana íbamos a tener un buen trabajo y a ganar más dinero que si nos dedicábamos al campo.
Los niños entendíamos que aquel era un argumento sólido, sobre todo porque conocíamos de primera mano lo que era el trabajo del campo y, a mí particularmente, me gustaba muy poco.
Hoy no es así. Los chicos saben que muchos alumnos que estudian, aunque sean brillantes, acabarán en el paro. Otros encontrarán un trabajo de baja cualificación para el que no hubieran necesitado tanto esfuerzo. Saben también que muchos que buscan un trabajo abandonando los estudios, o que se dedican a negocios prematuros, más o menos legales, se enriquecen con rapidez y eficacia. Mientras quienes estudian siguen tirando del presupuesto familiar y pidiendo a los padres dinero para tomar unas cañas y pagar el autobús, otros disponen de un dinero que les convierte en personas autónomas y autosuficientes.
Lo que los niños/as aprenden hoy es que hay formas de conseguir dinero fáciles y rápidas y que el estudio paciente y prolongado no siempre conduce a un trabajo satisfactorio y bien remunerado. Es decir, aprenden que hay que estudiar por el hecho mismo de saber y no es fácil descubrir el placer de aprender cuando lo que se estudia no tiene interés para ellos o se aprende en estructuras asfixiantes.
Recuerdo en mi época de estudiante que nos contaban historias, cuentos y fábulas que trataban de enseñarnos que el trabajo constante era una forma de asegurar el futuro y de no pasar calamidades en los tiempos malos (un trabajo para toda la vida).
Recuerdo perfectamente el día de la fábula de La Fontaine “La Cigarra y la Hormiga”: la Hormiga que trabajaba con esfuerzo durante los meses de verano y que, cuando llegaba el invierno, tenía provisiones que la permitían vivir felizmente. Mientras la perezosa Cigarra, que se dedicaba a cantar en los meses de labor, se encontraba en la miseria cuando llegaba la época de necesidad. Dichosa Hormiga. Pobre Cigarra. Hoy, probablemente, la fábula tendría una versión diferente… ¿Quizás como esta?:
“Había una vez una Hormiga y una Cigarra que eran muy amigas. Durante la primavera, el verano y el otoño la Hormiga trabajó sin parar, almacenando para el invierno. No aprovechó el sol ni la playa, no paseó plácidamente bajo la brisa de la tarde, ni disfrutó de la charla con amigos tomando una cerveza después del día de intensa labor.
Mientras, la Cigarra anduvo cantando con los amigos en los bares y discotecas de la ciudad sin desperdiciar ni un minuto siquiera de placer. Cantó y bailó durante toda la primavera, el verano y el otoño, durmió sin límite, tomó el sol, paseó con la brisa de la tarde y disfrutó muchísimo sin preocuparse por los malos tiempos que estaban por venir.
Pasaron unos días, llegó el invierno, empezó el frío. La Hormiga, exhausta de tanto trabajar se metió en su casa, atormentada por la preocupación ya que una tormenta imprevista había destruido toda la cosecha. Alguien la llamó por su nombre desde afuera y, cuando abrió la puerta se llevó una gran sorpresa al ver a su amiga la Cigarra al volante de un flamante Ferrari, vistiendo un valioso abrigo de pieles y adornada con un collar de brillantes. La Cigarra le dijo con tono exultante:
–Hola, amiga. Voy a pasar el invierno a París. ¿Podrías cuidar de mi casita?
La Hormiga respondió:
–Claro, sin problemas. Pero, ¿qué ocurrió? ¿Dónde conseguiste el dinero para ir a París, para comprar un Ferrari, un abrigo tan caro y un collar tan precioso?
Y la Cigarra se apresuró a explicar con desparpajo:
–Yo estaba cantando en una sala de fiestas la semana pasada y a un productor americano le gustó mi voz. Se ha enamorado de mí. Me ha regalado el coche, el abrigo, el collar y un montón de cosas más. Firmé un contrato millonario para hacer galas en París. Y nos vamos los dos a esa ciudad maravillosa que todavía no conozco y con la que siempre había soñado. A propósito: ¿Necesitas algo de la capital francesa?
–Sí, dijo la Hormiga. Si te encuentras a La Fontaine dile que me acuerdo mucho de su madre.”
Claro está, las cosas no siempre son así: no siempre la cigarra que canta encuentra al productor enamoradizo. Pero, ¿verdad que tampoco son como las contaba La Fontaine?. La forma de vida actual, el sistema de valores sobre el que descansa el mundo de la información, deja en el olvido a quienes se esfuerzan sin conseguir el éxito:
- Solo se entrevista a los ricos y poderosos
- Sólo se conoce a los famosos.
- Sólo se alaba la vida de los ganadores.
Pero no se nos muestra su esfuerzo, su constancia, sus miedos y sus fracasos preliminares. A nuestros hijos de hoy debemos enseñarle a que elaboren un proyecto de vida sin poner como única meta la consecución del éxito material; construyendo su escala de valores que les lleve a entender que la principal conquista es alcanzar la felicidad, con el trabajo, con la diversión, con la fidelidad a un mismo y con el respeto a los demás. Tienen que saber las trampas que se esconden detrás de la fama y el oropel: la cigarra moderna puede encontrarse con el desamor a los pocos días de llegar a París, puede descubrir que el contrato era un engaño y puede, incluso, tener un estrepitoso fracaso cuando comience a cantar en los sofisticados salones de la ciudad del Sena.
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