lunes, 8 de abril de 2013

ARTÍCULO DE OPINIÓN: "Vuelva dentro de quince días"


Me ha llegado este artículo de profesor D. Miguel Santos Guerra que no me resisto a poner en nuestro blog porque, además de estar de máxima actualidad, es un toque de atención a todos los que, de una forma u otra, estamos implicados en la educación de las futuras generaciones:

“Estoy escandalizado por los casos de corrupción que nos estallan cada día en pleno rostro. Aunque no soy de los que piensan que estemos metidos en un lodazal y que la corrupción es generalizada, creo que no se pueden soportar tantos casos de mal ejemplo en la esfera del poder.
En una democracia es doblemente repugnante la corrupción porque las personas que acceden al poder están puestas ahí por el pueblo. De modo que quienes son elegidos para gobernar, quienes son depositarios de la confianza del electorado, quienes son designados por el pueblo para la administración de los bienes y servicios, se aprovechan de esa confianza para burlarse de él y llevarse de forma fraudulenta su dinero.
No digo que en una dictadura la corrupción esté más justificada. La dictadura es la corrupción. Pero, en una democracia estos casos reiterados de abuso de poder (aunque se hagan públicos, se denuncien y se juzguen) acaban por desacreditarla, amenazarla y destruirla.
Si los grandes triunfadores del sistema educativo que son quienes han llegado más alto, es decir, quienes gobiernan los pueblos, no solo no están preocupados porque exista justicia sino que ellos mismos se convierten en la encarnación de quien la destruye, ¿por qué hablamos de éxito del sistema educativo?
Me repugna que aquellos banqueros en los que la gente deposita su confianza para que custodien su dinero, acaben robándoselo con artes que los clientes desconocen. Esta misma mañana he oído en la radio el caso de unos bancos de Mataró que han robado a sus clientes todos los ahorros de su vida mientras los responsables de esas entidades se han llevado el dinero a espuertas.
Me indigna que quienes más saben (quienes se han beneficiado más de la enseñanza pública, quienes más han recibido de la sociedad en su formación) utilicen ese conocimiento para robar, explotar y engañar mejor al prójimo.
Y eso es lo que sucede también con quienes, desde situaciones de responsabilidad educativa, hacen daño a quienes tienen el deber y la responsabilidad de cuidar, de guiar y de apoyar en su desarrollo. No es justo que quien tiene que cuidar, destruya; que quien tiene que guiar, desoriente y que quien tiene que apoyar, desmorone.
No sé qué tipo de sociedad estamos construyendo cuando, quienes deben dar ejemplo, quienes están en la cima de la sociedad muestran esos comportamientos tan despreciables. ¿Qué autoridad nos asiste para decirle a los niños y jóvenes cómo deben comportarse?
No hay forma más hermosa y más eficaz de autoridad que el ejemplo. Suelo decir que educamos como somos, no como decimos que los demás deben ser. De forma muy insistente sermoneamos a nuestros hijos y a nuestros alumnos tratándoles de aconsejar sobre el modo deseable de comportarse, olvidando muchas veces que nuestras acciones contradicen nuestras palabras.
No sé si el lector conocerá la anécdota que se cuenta de Mahatma Gandhi acerca de la importancia del ejemplo. De cualquier manera, es bueno recordarla y reflexionar sobre ella.
Una madre le llevó a su hijo de seis años y le dijo a Mahatma Ghandi:
- Se lo ruego, Mahatma, dígale a mi hijo que no coma más azúcar, es diabético y arriesga su vida haciéndolo. A mí no me hace caso y estoy sufriendo por él.
- Lo siento, señora, ahora no puedo hacerlo. Traiga a su hijo dentro de quince días.
Sorprendida, la mujer le dio las gracias y le prometió que haría lo que le había pedido. Quince días después, volvió con su hijo. Gandhi miró a los ojos al muchacho y le dijo:
- Chico, deja de comer azúcar.
- ¿Por qué me pidió que lo trajera dos semanas después?, preguntó, desconcertada, la madre. Podía haberle dicho lo mismo la primera vez.
Gandhi respondió:
- Hace quince días yo comía azúcar.
En del ámbito educativo es fundamental hablar con los hechos. Gandhi entendía que le faltaba autoridad para decir a alguien que no comiera azúcar mientras él la comía. La autenticidad consiste precisamente en eso, en no engañarse a uno mismo. Y en no engañar a los demás. Podía haberle dicho a la madre y a su hijo en la primera visita que no es bueno comer azúcar. Ellos no tenían por qué saber que él lo hacía, pero la coherencia y la autenticidad le impidieron decirlo.
¿Cuántas veces contradice nuestra forma de ser lo que expresamos con las palabras? Voy a poner algunos ejemplos de la familia, de la escuela y de la sociedad en los que los hechos contradicen los consejos.
Cuando loa padres y las madres les decimos a los hijos e hijas que no tienen que decir mentiras, deberíamos repasar nuestros comportamientos y pensar en las veces que, delante y detrás de ellos, engañamos.
Cuando les decimos que lean, que estudien, que los libros son importantes, y no nos ven nunca leer un libro, ni estudiar, ni preocuparnos por el saber, nuestro consejo pierde todo su valor.
La escuela tiene la pretensión de educar a los alumnos y alumnas, de enseñarles a vivir en una sociedad ejemplar. Para conseguirlo elabora reglamentos e imparte consignas de forma casi constante, olvidando, a veces, que los alumnos y las alumnas tienen más en cuenta lo que ven que lo que oyen.
Cuando les decimos que trabajen en equipo, que se ayuden, que cooperen, que sean solidarios, que escuchen y se respeten unos a otros y nos pueden decir que por qué no nos hablamos con quien entra antes en la misma clase, esa recomendación queda desvirtuada.
Si en la escuela hay un programa muy bien estructurado de coeducación pero los docentes varones se permiten hacer bromas procaces respecto a sus compañeras, todas las pretensiones coeducativas quedan aniquiladas.
La sociedad no debe permanecer ajena al proceso de socialización de los niños y jóvenes. Es decir, debe ofrecer pautas para el aprendizaje de la ciudadanía. Pero, si los comportamientos de los adultos contradicen las propuestas de honradez, de nada servirán los discursos.
Cuando los políticos nos dicen que cumplamos con nuestros deberes ciudadanos, que paguemos nuestros impuestos, que respetemos la propiedad ajena y nos enteramos de que algunos tienen el dinero robado en paraísos fiscales, esa demanda queda devaluada.
Cuando en el Congreso los parlamentarios se insultan con persistencia y poco ingenio, de nada servirá las peticiones de respeto a la dignidad que se lanzan oficialmente.
Cuando los sacerdotes predican la castidad a sus fieles y estos saben que ellos mismos abusan de menores, esa exigencia queda reducida a pavesas.
Cuando en la televisión se grita, se insulta y se discute sin escucharse, de poco servirán las consignas de respeto a la dignidad de todas las personas y al necesario respeto a quien habla.
Todos podemos encontrar ejemplos en los que la realidad contradice los discursos, en los que la práctica niega la teoría, en los que los hechos ensombrecen las palabras. Deberíamos callarnos hasta que pudiésemos decir con nuestra forma de vivir: así ha de ser la vida.”

| 6 Abril, 2013

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