jueves, 24 de enero de 2013

EL INGENIO DE LA HORMIGA


Me preocupa la forma en que muchas personas, especialmente los jóvenes, afrontan las adversidades de la vida. Veo poca resistencia a la frustración, una irritación excesiva cuando la realidad no se acomoda a las expectativas, escasa reacción ante el fracaso… El dolor existe, la contrariedad es inevitable, los problemas son consustanciales al desarrollo humano. Sin dolor no tendríamos conciencia de nosotros mismos. Pero hay muchas formas de afrontar los problemas.
Acostumbrados a que les saquen los padres, profesores y adultos las castañas del fuego, cuando tienen que afrontar la adversidad ellos solos se vienen fácilmente abajo.
Es propio del niño comerse la tarta y sorprenderse (e incluso irritarse) de que la tarta haya desaparecido. Es propio del adolescente esperar que le pongan la tarta delante sin hacer esfuerzo alguno para conseguirla. El adulto sabe que tiene que trabajar para tenerla, que hay dificultades para conseguirla y que si se la come, la tarta no aparecerá de nuevo.
Pero la inmadurez y la falta de voluntad hacen que la persona se hunda ante los problemas, ante las complicaciones. Cualquier contratiempo hace que se derrumbe. Una ruptura, un rechazo, un suspenso, una enfermedad, una pequeña o gran dificultad… No digo que no duelan las cosas adversas que nos suceden. No somos de hierro, no somos insensibles. Existe el dolor, físico y moral. La cuestión es la forma que tenemos de enfrentarnos a él, la mella que deja en nosotros., el tiempo de cicatrización de las heridas.
El problema no es el problema (perdón por la redundancia). El problema es la actitud ante el problema. Porque hay una forma de manejarlos que los convierte en oportunidades, en ocasiones de maduración y de enriquecimiento personal.
No voy a decir, porque sería estúpido hacerlo, que es mejor tener problemas que no tenerlos, pero sí que hay formas de afrontar los problemas que nos destruyen y otras que nos fortalecen. Hay formas inteligentes de reaccionar y formas torpes. Hay talantes fuertes y talantes débiles.
Las hormigas trabajan con mucho orden y empeño. Basta observar un hormiguero para
 aprender muchas cosas. Observar no es mirar, es buscar. Hay quien no sabe observar, aunque tenga los ojos abiertos. Hay que tener los ojos educados para ver y disponer de teorías para la interpretación.
En cierta ocasión alguien vio una hormiga negra de tamaño mediano que llevaba como carga una paja que era seis veces más larga que ella misma. Después de avanzar casi un metro con suma dificultad, llegó a una especie de grieta, estrecha pero profunda, formada entre dos grandes piedras. Probó a cruzar de una manera y de otra, pero todo su esfuerzo fue en vano. La paja dificultaba aún más la ya imposible tarea de saltar a la otra parte. Hasta que por fin la hormiga hizo lo insólito. Con toda la habilidad apoyó los extremos de la paja en un borde y otro de la grieta, y así se construyó un puente, a través del cual pudo atravesar el abismo. Al llegar al otro lado, tomó nuevamente su carga y continuó su esforzado viaje sin inconvenientes.
La hormiga supo convertir su carga en un puente, y así pudo continuar su viaje. De no haber tenido esa carga, tan pesada y obstaculizadora en un principio, no habría podido avanzar y seguir su camino. A la hormiga la salvó la forma de manejar la carga.

Cuando la contrariedad se interpone y hace que las cosas no sean como se espera, las personas frágiles de temperamento se hunden y se amilanan. Las que tienen coraje se estimulan y se crecen.
Una de las formas más perniciosas de reaccionar ante la dificultad es autocastigarse, pensar que uno se merece todo el mal que se le venga encima, pensar que eso pasa por ser como se es, por tener tan mala suerte. Por haber nacido gafado.
Otra forma negativa de reaccionar es pensar que no vamos a ser capaces de superar la dificultad, que es más grande que nuestras fuerzas. Pensar que no se puede es, en buena medida, el principal obstáculo para poder alcanzar el éxito.
No es menos dañina la forma de reaccionar que nos compara con otros, infravalorando nuestra persona y nuestra capacidad de superación. “Si le pasase a esa persona, lo superaría tan fácilmente, pero yo…”.
Especialmente perniciosa es la anticipación de los males y daños futuros. Cuando mi hija enfermó de cáncer una amiga me dio un sabio consejo que traté de seguir fielmente:
– No anticipes el dolor venidero. Basta a cada día lo que toca vivir. Cuando se agrave, cuando sufra, cuando falte… ¡No!, eso llegará. Pero ahora todavía no está aquí. No hay que sufrir por ello.
Si nos pusieran delante una montaña de pan y nos dijesen que teníamos que comerlo todo, diríamos que es imposible. Pero si añaden que hay que comer un trocito con cada comida durante muchos años, la reacción sería diferente. Eso no sólo es posible, es incluso fácil y agradable.
A veces es tan torpe esta reacción que la vida nos sorprende con un giro y eso que parecía inminente no llega nunca. Se ha sufrido de manera innecesaria, de manera estúpida.
Al tener que superar dificultades, las personas se fortalecen. Al saber manejar con inteligencia la carga, como la hormiga, las personas consiguen lo que no habrían podido alcanzar sin haberla sobrellevado.
Al decir “Feliz Año Nuevo”, yo no digo que desaparezcan las aflicciones. A buen seguro que llegarán. Lo que deseo es que sepamos llevarlas con entereza y sabiduría.

1 comentario:

Mari Trini dijo...

Tan cierto como la vida misma. Poquito a poquito, pasito a paso, sin desfallecer en el intento, se logra lo que, en principio, parecía inalcanzable. El esfuerzo de la hormiga lo podemos trasladar a cualquier faceta de la vida.