PROPUESTA
DE MEJORA DESDE LA PERSONALIDAD HUMANA
En
la persona, en toda persona, cabe
destacar diversas notas que, indudablemente, tienen su proyección pedagógica
como rasgos fundamentales de su educación. Desde este punto de vista, las más
relevantes son: su singularidad, su autonomía, su apertura, y el ser unitaria.
1.
La
persona es singular.
Uno
de los rasgos específicos de la persona es su singularidad. Cada persona es
única, irrepetible, irreemplazable, con unas características propias que le
diferencian de los demás. Los intereses, actitudes, capacidades,
potencialidades, necesidades, situaciones y circunstancias de vida, son únicas
en cada persona y, diferentes de las demás. Es por ello que, la persona, cada
persona, tiene su propia realidad. La
singularidad tiene su manifestación más clara en la creatividad y en la
originalidad.
Por
esta dimensión única, creativa, inabarcable, fuente de posibilidades, abierta a
la indeterminación de la persona, destacan unas consecuencias interesantes: la
persona es constitutivamente inaccesible; la persona está siempre inacabada y
abierta a múltiples posibilidades; la imposibilidad de reducir a la persona a
número, cosa o estadística y, la persona no es susceptible de cuantificación o
de medida comparativa, puesto que ninguna persona es más o menos que otra.
2.
La
persona es autónoma.
Otra
dimensión de la persona humana es la autonomía, lo cual significa que la
persona posee la capacidad de dirigirse a sí misma, de crearse a sí misma, de
posibilitar su protagonismo, de asumir un compromiso personal tras una
reflexión sobre sí mismo y el mundo que le rodea. A partir de la reflexión y de
la realidad que la circunda, la persona puede decidirse y forjar su proyecto de
vida en una situación. De ahí que la autonomía humana es excepcionalmente
importante en la educación personal.
3.
La
persona es apertura.
Por
naturaleza, la persona es un ser abierto a los demás, a la realidad y al mundo
que le rodea. La persona proyecta, crea, decide, se abre a la realidad, mira al
futuro, porque está dotada de inteligencia y libertad. La persona no es un ser
desolado, encerrado en sí mismo, sino que necesita abrirse, y se realiza mejor
cuanto más sale de sí, cuanto más transciende su propio ser. Así pues, el
origen de la educación puede explicarse, precisamente, por esa cualidad de la
persona, por su deseo profundo de transcenderse, de salir de sí para conocer la
verdad y conformarse con ella, en sentido formativo y activo. Y, esta apertura,
se realiza en una triple perspectiva: en relación al hombre y a las cosas
(Heidegger decía que el hombre es un “ser en el mundo”); en relación a los
otros (Heidegger decía que el hombre es un “ser con” los demás) y, en relación
al absoluto, al ser trascendental. Por tanto, desde esta triple perspectiva, la
apertura a los demás supone comunión y comunicación, siendo ésta su experiencia
básica. En consecuencia, existir es existir con los demás; no sólo se vive, se
convive. El individuo pasa a ser persona cuando supera la dialéctica del yo
(egoísmo, aislamiento) y se convierte en “nosotros”.
4.
La
persona es unitaria.
La
persona humana, se nos ofrece, por un lado, como una realidad múltiple,
compleja, polifacética, con una capacidad de reflexión, de afectividad, de
libertad, de relación con los demás…; y, al mismo tiempo, unitaria en la
multiplicidad de elementos, capacidades, funciones, actividades o
comportamientos. La persona es una unidad integral, dinámica, de la que
aquellos aspectos, capacidades o funciones sólo pueden considerarse
teóricamente separados a partir de la unidad en la que alcanzan sentido y plena
significación. A la unidad de la persona como totalidad integrada, es a quien
corresponde toda esa variedad y multiplicidad de funciones, y la que da sentido
de continuidad, estabilidad y diferenciación a esas funciones. Toda la persona
es la que percibe, siente, vive, padece, comprende, ama, se proyecta, espera o
anhela. La propia experiencia personal nos advierte de esa unidad integrada,
peculiar y compleja, diferenciada y no compuesta de partes en conflicto o
aisladas.
Considerando
pues, todos estos rasgos específicos y característicos de toda persona humana:
singularidad, autonomía, apertura y unidad, y reflexionando activa y
positivamente sobre ello, toda persona, por su naturaleza humana necesita de los
demás para existir y es parte esencial en la existencia de los demás. Por
nuestra naturaleza, nos necesitamos unos a otros, necesitamos unos de otros,
co-existimos, evolucionamos juntos; nuestra existencia individual está
enmarcada en la co-existencia, en la comunión y la comunicación, en la
cooperación. Cada persona es única e irrepetible, y no comparable con los
otros. Nos unen las semejanzas en intereses, capacidades, objetivos,
funciones…, y también nos unen, por naturaleza, nuestras diferencias y, es en
éstas en las que deberíamos centrarnos, ya que son ellas las que nos aportan
nuestra singularidad como seres humanos y las que nos engrandecen como personas
racionales dotadas de sentimientos y afectividad.
Cuando
nos equivocamos, de todos es sabido que, es de sabios pero, indudablemente, lo
es más reconocer nuestros errores y enmendarlos, precisamente porque somos
personas humanas. Es por ello, que con todas estas líneas, quiero trasladar una
reflexión pausada, meditada y tranquila: como persona que soy me he equivocado,
aunque no lo he hecho en solitario, es más, estoy convencida de que el error ha
sido colectivo. Sin embargo, los desaciertos de la colectividad son
individuales cuando existen las diferencias que nos caracterizan como personas,
y por tanto, cada cual debe dirigir, decidir y tomar sus propias decisiones,
sin que ello resulte en agravio comparativo: ninguna persona es más o menos que
otra persona por su manera de obrar, ni mejor ni peor, puesto que la autonomía
de la persona es la que nos hace tomar diferentes senderos.
Con
todo esto, para aquellos que lean esto, podréis imaginar a qué desatino me
estoy refiriendo, y por ello, me gustaría invitaros a una profunda reflexión,
teniendo en cuenta los rasgos de la persona especificados, y asumiendo que,
además de padres y madres, formamos parte de un todo que no se puede separar ni
fragmentar: la comunidad educativa. Y, no podemos considerarnos de forma
aislada, porque todos los que somos parte integrante de aquélla, tenemos y
compartimos un objetivo común: la educación de nuestros niños y niñas. Y, en
ese objetivo tan ambicioso, difícil y complejo, el mayor grado de
responsabilidad corresponde a la familia. Es por ello, que no podemos ni
debemos entrar en una batalla que no es tal, más bien todo lo contrario; se
trata de aunar esfuerzos con el profesorado, con el objetivo último bien claro,
caminando juntos, y donde todos y todas educamos con nuestras palabras, con
nuestros actos, con nuestro ejemplo. Demos entonces, un paso al frente por esa educación
de nuestros hijos e hijas, en la que reitero que somos la parte más importante.
Sumémonos a ese todo que es la comunidad educativa, a los profesores y
profesoras que nos tienden su mano, que afortunadamente, siguen recorriendo el
mismo camino, aunque cada vez más empinado, con más obstáculos. No seamos
nosotros, entonces, un obstáculo más en ese camino que también es el nuestro.
Por nuestro beneficio personal, reconocer los errores nos hace crecer como
personas; por el beneficio del profesorado, reconocer sus innumerables méritos
nos dignifica como personas; por el beneficio de nuestros niños y niñas, dar
ejemplo con nuestros actos les ofrece los valores que necesitan para que se
hagan personas de provecho. Seamos todos más humanos, seamos todos más y
mejores personas.
Mª TRINIDAD LUQUE PRIEGO