Querido
amigo:
Imagino lo que estarás pasando. Un dolor tremendo, una angustia que te atenaza y una vergüenza profunda que te hace guardar silencio cuando se habla de los hijos. Sospecho lo que estarás pensando: ¿qué hicimos mal?, ¿en qué nos equivocamos?, ¿por qué hemos tenido tan mala suerte? Conoces a otros padres que se preocupan muchos menos que vosotros por la educación y tienen unos hijos ejemplares. Además, tú tienes otros hijos con los que no puedes estar más satisfecho. Estudian, saben comportarse, son cariñosos, tienen proyectos de futuro atractivos y exigentes.
Imagino lo que estarás pasando. Un dolor tremendo, una angustia que te atenaza y una vergüenza profunda que te hace guardar silencio cuando se habla de los hijos. Sospecho lo que estarás pensando: ¿qué hicimos mal?, ¿en qué nos equivocamos?, ¿por qué hemos tenido tan mala suerte? Conoces a otros padres que se preocupan muchos menos que vosotros por la educación y tienen unos hijos ejemplares. Además, tú tienes otros hijos con los que no puedes estar más satisfecho. Estudian, saben comportarse, son cariñosos, tienen proyectos de futuro atractivos y exigentes.
Pero este hijo tuyo, como
tú dices, “te va a matar”. No sabes qué hacer. Lo has probado todo. Mano dura,
mano blanda, mano nula, las dos manos… No responde a ningún estímulo. Ni a los
premios ni a las amenazas, ni a los elogios ni a los reproches, ni a las
caricias ni a los empujones.
Te desespera su pereza
ilimitada que llena el Boletín de Evaluación de suspensos, te irrita su
desvergüenza en el trato con vosotros y con los demás, te alarma su falta de responsabilidad,
su afición al alcohol y –por lo que sospechas- a la droga. Te asusta su falta
de preocupación respecto al futuro.
Te preguntas qué es lo que
va a ser de él en la vida. Sobre todo, cuando tú no estés. Te horroriza dejar
como herencia un delincuente y un inútil. Te has estrellado contra todas las
paredes. No duermes pensando en tu hijo. Te dan ganas, a veces, de darle una
patada en el trasero y de decirle: lárgate y déjanos a todos en paz. Pero,
claro, es tu hijo. Lo quieres. Te sientes en la necesidad de ayudarlo. Por
responsabilidad. Por amor.
He visto muchos casos en
los que el tiempo ha secado todas las lágrimas, en los que el hijo (o la hija)
han reconocido que han estado en un plan imbécil durante demasiado tiempo y que
se han puesto a trabajar y a comportarse, recuperando incluso el tiempo
perdido. He visto casos en los que, sin saber por qué, el desvergonzado que,
incluso con profesor particular, cosechaba calabazas a espuertas, viene ahora
cargado de sobresalientes. Hay que esperar. No hay que perder la paciencia. No
hay que perder la esperanza. No hay que arrojar la toalla. Si no crees tú en tu
hijo, ¿quién va a creer en él? Ya sé que te ha defraudado miles, millones de
veces. Pero aún queda la próxima vez. “La educabilidad se rompe en el momento
que pensamos que el otro no puede aprender y que nosotros no podemos ayudarle a
conseguirlo”.
Tienes que saber que hay
hijos e hijos. Es decir, que cada uno es un mundo y que cada uno tiene su
libertad y su responsabilidad,. Y la usan como saben o como quieren. O no la
usan. La educación de los hijos es como los pimientos de Padrón; unos pican y
otros no.
Lo has hecho bien, pero no
todo está en tus manos. Te has esforzado, no te atormentes. Hay una parte, muy
grande y muy decisiva en la educación, que le corresponde al educando. A veces
lo olvidamos. Piensa en tus otros hijos, Has sido el mismo padre con ellos y,
sin embargo, ellos sí han reaccionado.
Desecha cualquier idea
masoquista y ridícula como la de que estás pagando por algo que has hecho mal.
No es así. Seguro. Aunque hayas hecho cosas mal. No existen esos ajustes de
cuentas en la mesa de la vida.
No lo compares más allá de
lo que todo el mundo ve, que es bastante. No insistas, porque no se consigue el
efecto pretendido sino el contrario. Cuando tú dices “mira a tu hermano”, él lo
mira, pero no para imitarlo sino para destruirlo. Porque la buena conducta de
su hermano afea la suya.
Tu hijo no es tonto,. Sabe
que lo está haciendo mal, pero no quiere dar su brazo a torcer. Quizás esté
buscando un protagonismo que no alcanza por otras vías. No entres en su juego.
Te reta, te provoca. Arremete contra ti de mil formas. (¿Contra quién lo iba a
hacer, contra el tendero de la esquina?).
Sigue en contacto con el
tutor. El te necesita y tú lo necesitas. Si existe alguna posibilidad de
conseguir algo, es desde el trabajo conjunto de los padres y de los educadores-
Sigue siendo su padre. Si te conviertes en su amigo,
lo dejarás huérfano.. Y síguelo queriendo porque, como le decía aquel hijo a su
padre: “Papá, quiéreme cuando menos me lo merezco porque es cuando más lo
necesito”. El amor es gratuito. Y como decía María Zambrano, hay cosas que sólo
el amor consigue.
Tu paciencia tiene que ser
un poco más grande que su obstinación. Sigue creyendo en él. Un abrazo.
1 comentario:
La historia podemos encontrarla, a menudo, a nuestro alrededor. Y, subrayo el amor gratuito e incondicional de los padres, incansable, inagotable,... Al final del camino dará su fruto. No podemos (padres y profesores) dejar de regar el árbol, aportando nuestro pequeño granito de arena.
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